Buenos Aires la lluvia cae
Buenos Aires casitas inundadas a votar.
Ojos de agua sobre la ruta 2
No hay poesía en este atardecer
Flotando el animal
No hizo pie en el trigal
Suben los bichos y baja el cereal.
(Casitas inundadas, a votar, 2002, Vengo del Placard de Otro, Divididos)
Y por una vez (y no podemos decir que sea la única, ni la última) la naturaleza puso en pausa esa habitual benevolencia con que trata a los porteños (y no tanto), y se despachó con intensas lluvias en un corto período de tiempo, logrando en forma literal lo que por nosotros mismos ya habíamos conseguido en sentido figurado, que el agua nos tapara.
No es necesario destacar una vez más los problemas de gestión y reacción del Gobierno de la Ciudad (cuya máxima figura parece estar siempre en el exterior) y del Gobierno Provincial, y ni siquiera la desidia del Gobierno Nacional, más preocupado en erigir al primero como principal opositor, y marcarle la cancha al segundo.
Sin embargo hay que reconocer que ciertas medidas de emergencia tomadas por todos estos gobiernos tendientes a aliviar la carga económica de quienes perdieron todo son positivas, aunque limitadas.
Un fenómeno natural tan familiar como es la lluvia desnudó las carencias de una ciudad que ha crecido demasiado para su propio bien. La pregunta que surge ante todo esto es: ¿qué pasaría si en nuestra ciudad se desatara un tsunami, terremoto, tornado o monzón? Si bien no tengo la respuesta, es probable concluir que la Ciudad de Buenos Aires pasaría a convertirse en una zona poco más que inhabitable.
Dos cosas más que me gustaría destacar antes de finalizar esta breve opinión. Por un lado, es admirable la solidaridad que se ha generado entre la gente, manifestándose sobre todo en donaciones tanto de dinero como de ropa, colchones, útiles escolares y demás elementos necesarios para los ciudadanos que han perdido todas sus pertenencias a causa del temporal. Actos que hace mucho no veía en una escala tan grande.
Por el otro, la siempre desafortunada intervención de los medios de comunicación, haciendo foco siempre en el amarillismo, y el golpe bajo, llegando al punto tal de anunciarle a una señora mayor en vivo la muerte de su vecino. Realmente indignante y de una bajeza tal que ya ni siquiera sorprende.
Para concluir quisiera expresar mi deseo de que los distintos gobiernos logren trabajar conjuntamente para que se realicen las obras de infraestructura necesarias para que esta tragedia no se vuelva a repetir. Más allá de intereses contrapuestos, ideologías y aspiraciones, es necesario anteponer el bien común. No nos olvidemos que ha muerto demasiada gente, y otra tanta ha perdido todo. Esperemos que de una vez por todas se entienda la veracidad de aquella vieja máxima que reza: “más vale prevenir que curar”.
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