sábado, 24 de marzo de 2012

Top Five: Parodias


Las parodias son ese subgénero de comedia muchas veces ninguneado, pero que nos ha hecho divertir en grandes cantidades a lo largo de nuestras vidas. La idea es simple: tomar una película, historia, tema o varios, y reproducirlos en clave cómica. La dificultad de lograrlo con niveles elevados de calidad queda demostrada en la gran cantidad de obras que escasamente llegan a cumplir su objetivo.
Mi idea en este post es recordar los cinco films que más me gustan de este subgénero en particular. Como todo ranking, la elección es arbitraria y basada pura y exclusivamente en mi gusto personal, es decir, se encuentra impregnada de subjetividad.
Antes de empezar, quiero mencionar algunas películas que han quedado afuera de esta enumeración por un margen muy escueto. Tal es el caso del clásico de 1980, ¿Y dónde está el piloto? (Airplane!) dirigida por los más grandes del género: Jim Abrahams, y David y Jerry Zucker, orientada a parodiar el cine catástrofe, en particular Aeropuerto y Zero Hour! (1957). Y de otro gran hito, esta vez de la década del '90, Las locas, locas aventuras de Robin Hood (1993, Robin Hood: Men in tights), del inigualable Mel Brooks. Las cuales recomiendo ver.
Hechas las aclaraciones pertinentes, es hora de comenzar con lo que nos ocupa:

Puesto Nº 5: Scary Movie (2000):

Dirigida por Ivory Wayans, y escrita por sus hermanos Shawn y Marlon (quienes también actúan en el film), es la única cinta del ranking estrenada en el siglo XXI. La trama de la peli básicamente reproduce en clave comedia el éxito de Wes Craven, Scream (1996). Su humor irreverente sirvió para revitalizar un género que estaba en decadencia al finalizar el siglo XX. Y sembró una larga lista de secuelas (hasta ahora son cuatro en total, pero se espera un quinto episodio). La saga le sirvió a Anna Faris para lanzar su carrera, y fue el puntapié inicial de una nueva serie de films del género, aunque de regular desempeño en las taquillas y calidad declinante. Un nuevo clásico que no hay que dejar de ver si se quiere pasar un buen rato.

Puesto Nº 4: Drácula, Muerto pero Feliz (1995, Dracula: Dead and loving it):

Un film que tiene de protagonista a Leslie Nielsen, y como director a Mel Brooks, no podía salir mal. Encargado el primero del papel del clásico chupasangre y el segundo de su némesis, el Dr. Van Helsing, la obra nos sumerge en una versión bastante disparatada del mundo creado por Bram Stoker. Además de la de Nielsen, siempre a la altura de las expectativas, se destaca la actuación de Peter MacNicol, como Thomas Renfield, quien viaja a Transilvania para entrevistarse con el Conde, y por medio de la hipnosis termina siendo su más fiel, y sumamente, torpe servidor. Los gags incluyen infaltables, pero efectivas, caídas por las escaleras, peleas absurdas por ver quién tiene la última palabra, y hasta un doctor que cree que la locura se cura con enemas. Una gema imperdible, de un momento en el que el género no pasaba sus mejores días.

Puesto Nº 3: La Pistola Desnuda (1988, The Naked Gun):

Dirigida por David Zucker, uno de los grandes maestros de la parodia, y protagonizada por el gran Leslie Nielsen (figurita repetida en este ranking), la película cuenta el devenir del Teniente Frank Drebin. Bonachón y lleno de buenas intenciones, su torpeza es la base del éxito de film que tendría dos secuelas: La Pistola Desnuda 2 1/2 (1991, The Naked Gun 2 1/2), y La Pistola Desnuda 33 1/3 (1994, The Naked Gun 33 1/3). En la primer entrega Frank debe proteger a la Reina de Inglaterra, excusa suficiente para generan un gran film repleto de gags que hacen reír hasta al más amargo. Priscila Presley (la bella Jane Spencer, el amor de Frank), George Kennedy (Capitan Ed Hocken, jefe de policía) y O.J. Simpson (Oficial Nordberg, compañero de Frank, con alta propensión a los más hilarantes accidentes) son algunos de los actores que estuvieron presentes en los tres componentes de la saga. Una serie de películas que todo cinéfilo debería ver.


Puesto Nº 2: Top Secret! (1984):
Craneada, al igual que el puesto anterior, por Jim Abrahams, y David y Jerry Zucker, los genios del género, la peli es una parodia de la Segunda Guerra Mundial, y de los films de Elvis. Protagonizada por Val Kilmer, papel que lo lanzó al estrellato, cuenta con la participación de actores como Peter Cushing y Omar Sharif. El músico Nick Rivers, de paso por Alemania Oriental, decide unirse a la resistencia francesa, para ayudar a su enamorada Hillary a rescatar a su padre de manos de los alemanes. Este es el puntapié inicial para todo tipo de escenas hilarantes, en las que el humor escatológico, absurdo y subido de todo se mezclan en partes iguales para darle forma a una excelente cinta de índole paródica. Si no la viste, ¡bajala cuanto antes!


Puesto Nº 1: Locos del Aire (Hot Shots, 1991):

Para el primer puesto, nuevamente seleccioné una película dirigida por Jim Abrahams, esta vez en soledad, y que cuenta con la actuación principal de Charlie Sheen, como el Teniente Topper Harley. El film se carga tanques de la época como Top Gun, Danza con Lobos y Nueve semanas y media, entre otros. Mis personajes preferidos son el interpretado por Jon Cryer, Despistado, quien está en la escuela de pilotos a pesar de tener un serio problema de visión, y el insuperable Lloyd Bridges, que interpreta al Almirante Benson, un veterano de gran cantidad de guerras, cuyo cuerpo fue prácticamente reemplazado por partes artificiales, y tiene serios problemas de memoria. Un personaje realmente para descostillarse de la risa. Hubo una secuela, Locos del Aire 2 (1993, Hot Shots! Part Deux),  que parodia films como Rambo, Apocalipsis Now, Terminator 2, Star Wars, entre muchos otros. De visión INDISPENSABLE!!!

Así concluye este breve ranking. Espero que el lector haya disfrutado igual que yo al hacerlo. Lo importante es que mientras lo escribía no pude borrar la sonrisa de mi rostro. Me gustaría saber cuáles son tus favoritas.





sábado, 10 de marzo de 2012

The Wall, Argentina, 2012

Podría repasar tema por tema, contar que se vio en cada momento proyectado en la pared, hacer un racconto de grandes efectos especiales. Lo cierto es que todas las palabras serían escasas para describir lo vivido la noche del miércoles 7 de marzo en el Monumental.
Había grandes protagonistas, por un lado Roger Waters, el cerebro de Pink Floyd, por el otro la pared, ese muro utilizado como metáfora de alienación, trauma y aislamiento, la música, por supuesto, y la emoción. La que cada uno de los espectadores sentía antes del show (mezclada con ansiedad), la que siguieron sintiendo durante sus más de dos horas y media de duración, y con la que se quedaron al finalizar el mismo. 
Después de largos meses de espera, por fin había llegado el día: Roger Waters se presentaba en el Monumental con el mítico espectáculo The Wall. Explicar la importancia del disco para el mundo del Rock en pocas líneas sería como querer agarrar el Titanic con las manos. Baste decir que se trata de un disco doble, conceptual, que recorre la vida de Pink, personaje que vive una serie de tragedias en su juventud (padre desaparecido en la segunda guerra mundial, madre absorbente y controladora, fracasos amorosos, etc.) que lo llevan a ir aislándose del mundo, construyendo un muro que lo separe del mismo. 
Si tenes entradas para el alguno de los shows, y todavía no fuiste, este es un buen momento para dejar de leer. No digas que no te lo advertí. 
Cuando llegamos al estadio sabíamos que no íbamos a sorprendernos con la lista de temas, conocemos de memoria la sucesión de canciones que conforman el álbum. Sin embargo, el show tiene argumentos de sobra para sorprender, captar nuestra atención, dejarnos pasmados, con la boca abierta, y una leve sonrisa esbozada en nuestro rostro. Ya desde antes de comenzar, se podía ver a los costados del escenario la pared armada, que llegaba hasta las tribunas, por supuesto aún dejando libre el espacio donde el artista y sus músicos darían el recital. 
El comienzo, como no podía ser de otra manera, fue con In the Flesh?, con un increíble show de fuegos artificiales de color rojo saliendo por encima del escenario. Roger con su sobretodo de cuero, anteojos negros, y la banda en el brazo derecho con los característicos martillos cruzados. Mismo emblema que reproducían las banderas ondeadas desde el fondo del escenario por cinco "soldados" al estilo The Wall subidos en sendas tarimas. El sonido, y la calidad de las imágenes proyectadas en la pared era excelente. Promediando la canción, un avión cruzó el cielo del estadio para estrellarse en la parte superior de la pared derecha, generando una explosión, al tiempo que fuegos artificiales inundaban el propio escenario desde abajo hacia arriba y viceversa. Con este inicio ya estaba amortizada la entrada. 
Pasó The Thin Ice, y para Another Brick in the Wall (Part I) la pared fue iluminándose ladrillo a ladrillo con las caras de personas muertas en guerras o diferentes atentados. El contenido antibelicista del disco se hacía presente por primera vez en el espectáculo. 
Como siempre, The Happiest Days of our Lives fue la antesala perfecta para Another Brick in the Wall (Part II), el gran hit del disco, y uno de los temas más celebrados. Esta oda en contra del sistema educativo inglés significó el comienzo de la construcción de la pared, que poco a poco, y con el correr de los temas, fue tapando el escenario. Un grupo de chicos ingresó al escenario para hacer la parte de los coros, al tiempo que un muñeco gigante del profesor aparecía en la parte derecha del escenario. 
Para Mother, Roger hablo por primera vez, y dedicó el show a los desaparecidos (demagogia mediante). El tema lo realizó doblando la voz con en una versión interpretada por él mismo en vivo de 1980, que salía por la pantalla. 
Cuando los primeros acordes de Goodbye Blue Sky sonaron, la pantalla y la pared nos comenzaron a mostrar aviones que tiraban símbolos de todo tipo y religión (dólares, estrellas de David, cruces, el martillo y la hoz comunistas, la luna y estrella turcas, etc.) como si de bombas se tratase. Luego de Empty Spaces, sonó un tema agregado frecuentemente en los shows, What Shall we do now?, al que se pegó Young Lust, la gran canción rockera del disco. 
Con la seguidilla One of My Turns, Don't Leave Now y Another Brick in The Wall (Part III) la pared estaba casi completamente armada, con excepción de algunas ventanas, en las que aún se podía ver a los músicos. Nuevamente un muñeco gigante, esta vez de una especie de mujer invadió el escenario. Claramente esta parte representa los fracasos sentimentales. 
The Last Few Bricks fue el último tema tocado ajeno al disco original, y con Goodbye Cruel World, se termina de formar la pared, y se da comienzo al intervalo. 
Una hermosa versión de Hey You dio inicio a la segunda parte. El tema fue interpretando íntegramente detrás de la pared. 
Con Is There Anybody Out There? se desencadenó una de las progresiones más emotivas del recital. Desde el muro se desprendió una ventana en la que se podía ver al gran Waters sentando, en una reproducción de una habitación, que incluía una lámpara y un televisor encendido, y que lograba una extraña sensación de intimidad, totalmente contrapuesta a lo que significa un show de estadio. Pasaron Nobody Home, y Vera, para dar lugar a Bring the Boys Back Home. A esta altura las pantallas nos revelaban todo tipo de imágenes antibelicistas, para culminar con el rostro de una niña cuyo padre regresa de la guerra. Indudablemente un punto altísimo del show. Que mejor que redondearlo con Confortably Numb. Los solos de guitarra desde lo alto del muro a más de uno nos hizo desear que Gilmour estuviera ahí. Los golpes a la pared de Waters terminaron con una explosión de colores, y una ficticia destrucción del muro. 
The Show Must Go On dio paso nuevamente a In The Flesh, en la que se reeditó la teatralización realizada en la apertura del show, esta vez incluyendo un altavoz. Para los paranoicos, de acuerdo a las palabras de Roger, fue dedicado el tema Run Like Hell. Y creo que muchos de nosotros seguimos rumiando el "run, run, run…" por varios días más. 
Pasaron Waiting for the Worms y Stop, para darle lugar a The Trial. Las pantallas y proyecciones nos devolvían imágenes de la película dirigida por Alan Parker. El tema finaliza con la verdadera destrucción de la pared. Por fin, Pink cruzó esa barrera. El final llegó con los acordes de Outside the Wall. Dejándonos a todos colmados de satisfacción, y con ganas de volver a alguna de las ocho funciones siguientes. 
El evento fue mucho más que un recital, en el que componentes teatrales y tecnológicos estuvieron a la altura de la música. Como dije anteriormente, y no me canso de repetir, la calidad del sonido, que realmente fue envolvente, contribuyó enormemente a que el show fuera una experiencia alucinante, ayudado fielmente por las proyecciones. Más allá de lo comentado en este breve artículo debo aclarar que cada canción tenía su propio corto de imágenes exclusivamente pensado para ella. La representación de un disco tan fuerte en el plano musical y conceptual debía tener como contrapartida un espectáculo que estuviese a la altura del evento. Las expectativas fueron ampliamente superadas. Pasará mucho tiempo para que Buenos Aires vuelva a ver un show de esta estirpe. Desde aquí solo nos queda agradecer haber podido ser testigo de un hito en la historia del rock.

domingo, 4 de marzo de 2012

Esperanza

La primera vez que los vi era una nublada tarde de marzo. Caminaban de la mano pausadamente, conversando en voz baja. Ninguno de los dos reparo en mí. En realidad parecían no reparar en nada de lo que hubiera a su alrededor. Desde la estación, bordeando la plaza principal pasaron por el frente de mi casa y se perdieron detrás de la iglesia.
Lo recuerdo como si fuera ayer porque ese fue el día en que Carlos murió. En la nota de despedida decía que estaba cansado, harto de sentir la interminable opresión del mundo en su corazón. Charly, como le decíamos de chico, era almacenero y siempre había tenido una vida reposada. A todos nos sorprendió y entristeció su prematuro final. Nadie podía creer en esa nota, no parecían sus palabras, ni su voluntad.
Durante unos meses su recuerdo permaneció a flor de piel. Estos acontecimientos suelen calar hondo en los pequeños pueblos. Sin embargo, con el paso del tiempo y envueltos en los quehaceres de nuestra soporífera vida cotidiana, un halo de normalidad se posó nuevamente sobre nosotros.
La segunda vez que los vi recorrían exactamente el mismo camino, de forma similar, pero esta vez iban equipados con un pequeño anotador y una lapicera cada uno. Al divisarlos les clavé la mirada, habían pasado casi 4 años pero no habían cambiado un ápice. Al notar mis ojos posados en sus cuerpos se voltearon y me miraron a la vez. Incliné mi cabeza a modo de saludo, pero no obtuve respuesta alguna. Nuevamente los vi hacerse más pequeños, al tiempo que se perdían detrás de la iglesia.
En el transcurso esos años me había resistido férreamente a hablar de ellos. Quizá por temor, quizá por vergüenza, pero probablemente porque, al contrario de la practica general, nunca fui amante de los chismes. Sin embargo, apenas los vi alejarse, caminé resueltamente hasta el bar de la esquina de la municipalidad. Una vez acodado en la barra y con un par de tragos encima me resultó relativamente fácil sacar temas de conversación. Entablada la charla fue simple llevarla hacia donde quería. Así fue como en el medio de un acalorado debate sobre el éxodo masivo de jóvenes que había comenzado ese mismo invierno, lancé la pregunta: “¿ninguno vio a los dos extraños que caminaban hoy por la plaza?”
Al instante de formulado, comprendí el error que había cometido al esbozar dicho interrogante. El silencio que prosiguió fue casi absoluto. Las pocas personas que estaban en el bar se fueron uno a uno en los siguientes diez minutos.
No deja de sorprenderme como en los pueblos se pueden ventilar los hechos más deshonrosos de sus habitantes, en tanto y en cuanto se trasladen de boca en boca, pero se esquiva toda posibilidad de realizar algún tipo de revelación sobre un tema totalmente impersonal, cuando el auditorio es mayor.
De cualquier modo no quedé completamente solo, en una mesa oscura del fondo estaba, todavía tomando un whisky, el viejo Aníbal. Uno de los pocos que estaban en Esperanza desde su fundación, cuando aún era un paso obligado en el trayecto de mercancías desde el norte hacia la capital.
“¿Así que viste a los oscuros?” Me dijo el viejo. “¿Oscuros?” Esa definición me había llamado la atención. “Si, aquellos cuyo pasado, presente y futuro permanece en penumbras”, afirmó Aníbal. “Están acá desde el momento mismo en que se erigió el pueblo. Los he visto cientos de veces, siempre iguales, imperturbables, silenciosos. No sé de dónde vienen ni a donde van”. El viejo largó su discurso, yo estaba demasiado interesado como para interrumpirlo.
“De lo que sí puedo dar fe”, prosiguió, “es que su presencia se produce cuando acontecimientos atípicos suceden en Esperanza. Así, y como ya te dije, estuvieron en su fundación, en la gran inundación del ‘45, durante aquel verano en que el cólera hizo estragos y quien sabe cuántas veces más”.
El viejo hizo una pausa y me dedicó una gélida mirada. No supe que decir, así que me quede callado.
“Ahora andate a tu casa”, continuó. “Como te habrás dado cuenta tu pregunta no cayó muy bien”.
Le di las gracias, me levanté y cuando me disponía a abandonar el bar su voz me detuvo. “Un dato más, no han cambiado nada desde su primer visita”, dijo mientras terminaba su vaso de whisky.
Con la cabeza llena de ideas, interrogantes y pocas certezas caminé los pocos pasos que separaban mi casa del bar. Esa noche no pude dormir. Es curioso como el tiempo se estira, casi al límite de la liquidez, rebota y se vuelve espeso cuando el insomnio nos invade. Una pregunta rondaba mi mente una y otra vez, no me dejaba tranquilo, ¿por qué habían vuelto?
Serian alrededor de las 4 de la mañana cuando empezó a llover. El repiquetear de las gotas en el toldo que cubría el patio podía resultar molesto para muchos, pero la verdad es que me había acostumbrado, y me parecía agradable. Me levanté a cerrar la ventana ubicada justo en frente de mi cama, no tenía intenciones de amanecer con los pies húmedos. Al asomarme los vi. Sus miradas inexpresivas clavadas en mi ventana, sus manos con movimientos rápidos registrando quien sabe qué en sus pequeños anotadores.
Los vi sonreír, retorcerse, oscurecer y cambiar de piel. Las dudas se disiparon. Sería yo el protagonista del próximo evento atípico en Esperanza. Cerré la ventana, y me volví a acostar para tratar de conciliar el sueño. ¿Qué otra cosa podía hacer?