Podría repasar tema por tema, contar que se vio en cada momento proyectado en la pared, hacer un racconto de grandes efectos especiales. Lo cierto es que todas las palabras serían escasas para describir lo vivido la noche del miércoles 7 de marzo en el Monumental.
Había grandes protagonistas, por un lado Roger Waters, el cerebro de Pink Floyd, por el otro la pared, ese muro utilizado como metáfora de alienación, trauma y aislamiento, la música, por supuesto, y la emoción. La que cada uno de los espectadores sentía antes del show (mezclada con ansiedad), la que siguieron sintiendo durante sus más de dos horas y media de duración, y con la que se quedaron al finalizar el mismo.
Después de largos meses de espera, por fin había llegado el día: Roger Waters se presentaba en el Monumental con el mítico espectáculo The Wall. Explicar la importancia del disco para el mundo del Rock en pocas líneas sería como querer agarrar el Titanic con las manos. Baste decir que se trata de un disco doble, conceptual, que recorre la vida de Pink, personaje que vive una serie de tragedias en su juventud (padre desaparecido en la segunda guerra mundial, madre absorbente y controladora, fracasos amorosos, etc.) que lo llevan a ir aislándose del mundo, construyendo un muro que lo separe del mismo.
Si tenes entradas para el alguno de los shows, y todavía no fuiste, este es un buen momento para dejar de leer. No digas que no te lo advertí.
Cuando llegamos al estadio sabíamos que no íbamos a sorprendernos con la lista de temas, conocemos de memoria la sucesión de canciones que conforman el álbum. Sin embargo, el show tiene argumentos de sobra para sorprender, captar nuestra atención, dejarnos pasmados, con la boca abierta, y una leve sonrisa esbozada en nuestro rostro. Ya desde antes de comenzar, se podía ver a los costados del escenario la pared armada, que llegaba hasta las tribunas, por supuesto aún dejando libre el espacio donde el artista y sus músicos darían el recital.
El comienzo, como no podía ser de otra manera, fue con In the Flesh?, con un increíble show de fuegos artificiales de color rojo saliendo por encima del escenario. Roger con su sobretodo de cuero, anteojos negros, y la banda en el brazo derecho con los característicos martillos cruzados. Mismo emblema que reproducían las banderas ondeadas desde el fondo del escenario por cinco "soldados" al estilo The Wall subidos en sendas tarimas. El sonido, y la calidad de las imágenes proyectadas en la pared era excelente. Promediando la canción, un avión cruzó el cielo del estadio para estrellarse en la parte superior de la pared derecha, generando una explosión, al tiempo que fuegos artificiales inundaban el propio escenario desde abajo hacia arriba y viceversa. Con este inicio ya estaba amortizada la entrada.
Pasó The Thin Ice, y para Another Brick in the Wall (Part I) la pared fue iluminándose ladrillo a ladrillo con las caras de personas muertas en guerras o diferentes atentados. El contenido antibelicista del disco se hacía presente por primera vez en el espectáculo.
Como siempre, The Happiest Days of our Lives fue la antesala perfecta para Another Brick in the Wall (Part II), el gran hit del disco, y uno de los temas más celebrados. Esta oda en contra del sistema educativo inglés significó el comienzo de la construcción de la pared, que poco a poco, y con el correr de los temas, fue tapando el escenario. Un grupo de chicos ingresó al escenario para hacer la parte de los coros, al tiempo que un muñeco gigante del profesor aparecía en la parte derecha del escenario.
Para Mother, Roger hablo por primera vez, y dedicó el show a los desaparecidos (demagogia mediante). El tema lo realizó doblando la voz con en una versión interpretada por él mismo en vivo de 1980, que salía por la pantalla.
Cuando los primeros acordes de Goodbye Blue Sky sonaron, la pantalla y la pared nos comenzaron a mostrar aviones que tiraban símbolos de todo tipo y religión (dólares, estrellas de David, cruces, el martillo y la hoz comunistas, la luna y estrella turcas, etc.) como si de bombas se tratase. Luego de Empty Spaces, sonó un tema agregado frecuentemente en los shows, What Shall we do now?, al que se pegó Young Lust, la gran canción rockera del disco.
Con la seguidilla One of My Turns, Don't Leave Now y Another Brick in The Wall (Part III) la pared estaba casi completamente armada, con excepción de algunas ventanas, en las que aún se podía ver a los músicos. Nuevamente un muñeco gigante, esta vez de una especie de mujer invadió el escenario. Claramente esta parte representa los fracasos sentimentales.
The Last Few Bricks fue el último tema tocado ajeno al disco original, y con Goodbye Cruel World, se termina de formar la pared, y se da comienzo al intervalo.
Una hermosa versión de Hey You dio inicio a la segunda parte. El tema fue interpretando íntegramente detrás de la pared.
Con Is There Anybody Out There? se desencadenó una de las progresiones más emotivas del recital. Desde el muro se desprendió una ventana en la que se podía ver al gran Waters sentando, en una reproducción de una habitación, que incluía una lámpara y un televisor encendido, y que lograba una extraña sensación de intimidad, totalmente contrapuesta a lo que significa un show de estadio. Pasaron Nobody Home, y Vera, para dar lugar a Bring the Boys Back Home. A esta altura las pantallas nos revelaban todo tipo de imágenes antibelicistas, para culminar con el rostro de una niña cuyo padre regresa de la guerra. Indudablemente un punto altísimo del show. Que mejor que redondearlo con Confortably Numb. Los solos de guitarra desde lo alto del muro a más de uno nos hizo desear que Gilmour estuviera ahí. Los golpes a la pared de Waters terminaron con una explosión de colores, y una ficticia destrucción del muro.
The Show Must Go On dio paso nuevamente a In The Flesh, en la que se reeditó la teatralización realizada en la apertura del show, esta vez incluyendo un altavoz. Para los paranoicos, de acuerdo a las palabras de Roger, fue dedicado el tema Run Like Hell. Y creo que muchos de nosotros seguimos rumiando el "run, run, run…" por varios días más.
Pasaron Waiting for the Worms y Stop, para darle lugar a The Trial. Las pantallas y proyecciones nos devolvían imágenes de la película dirigida por Alan Parker. El tema finaliza con la verdadera destrucción de la pared. Por fin, Pink cruzó esa barrera. El final llegó con los acordes de Outside the Wall. Dejándonos a todos colmados de satisfacción, y con ganas de volver a alguna de las ocho funciones siguientes.
El evento fue mucho más que un recital, en el que componentes teatrales y tecnológicos estuvieron a la altura de la música. Como dije anteriormente, y no me canso de repetir, la calidad del sonido, que realmente fue envolvente, contribuyó enormemente a que el show fuera una experiencia alucinante, ayudado fielmente por las proyecciones. Más allá de lo comentado en este breve artículo debo aclarar que cada canción tenía su propio corto de imágenes exclusivamente pensado para ella. La representación de un disco tan fuerte en el plano musical y conceptual debía tener como contrapartida un espectáculo que estuviese a la altura del evento. Las expectativas fueron ampliamente superadas. Pasará mucho tiempo para que Buenos Aires vuelva a ver un show de esta estirpe. Desde aquí solo nos queda agradecer haber podido ser testigo de un hito en la historia del rock.
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