jueves, 1 de noviembre de 2012

El camino de vuelta a casa

Solo escuchaba el retumbar de sus pasos. Caminaba rápido, tanto como sus breves piernas y esa ajustada pollera se lo permitían. Nunca le gustó caminar sola de noche. Le daba terror. Cada ruido, cada persona que se cruzaba podía ser una amenaza. Vivir en un barrio tranquilo tiene un sinnúmero de ventajas. Pero las calles angostas y mal iluminadas no figuraban entre ellas.
La soledad y la oscuridad se conjugaban y la obligaban a pensar. A reavivar esa vieja culpa, esa certeza que hace años la persigue. Ella no está viviendo la vida que debería, y lo sabe. Es una impostora, una usurpadora. Si alguien se diese cuenta sería su final. Mira desesperada a los costados, se voltea. Nadie alrededor. Decide que lo mejor es ponerse a escuchar música. Quizá eso sea suficiente para acallar su mente divagante.
Pronto sus pasos se acompasan al ritmo de The Wallflowers. La primera llamada en su celular no llegó a atenderla. Era de la oficina. Volverían a llamar, pensó. Efectivamente a los pocos minutos el teléfono sonó nuevamente. Parecía como si ese maldito aparato no estuviese dispuesto a impedir que se relajase. La conversación fue breve. Apenas unos escasos segundos, lo suficiente como para transmitirle lo que debía hacer a continuación.
Siempre le costaba desaparecer, sus asignaciones solían ser de larga duración y eso la hacía encariñarse. Esta vez habían pasado siete años. Demasiado, hasta para una profesional de su experiencia.
Le quedaban pocas cuadras para llegar a su hogar. Debía utilizar esos pocos minutos para dar con una salida decorosa, o al menos creíble. Sopeso sus opciones, que no eran demasiadas. Si nunca volvía el daño sería irreparable. Los que hasta hoy (y esto debía permanecer inmutable a través del tiempo) se creían sus hijos se pasarían la vida buscándola, la duda los haría miserables.
Simular un accidente era muy trabajoso, y las cosas que podrían salir mal innumerables. Ni que hablar de un asesinato, que además implicaba involucrar a terceros.
Lo más justo para todos era el suicidio. Luego de tantos años de experiencia laboral sabía exactamente qué hacer.
En lugar de realizar el cotidiano giro a la izquierda, que la hubiese depositado en su hogar, siguió caminando derecho unas cuadras mas. Se encontraba a algunos metros de la vía del tren cuando se detuvo.
Consulto rápidamente los horarios del tren y miro su reloj. Tenía solo 2 minutos antes del próximo rápido a Moreno.
Aguardó con todos los músculos tensos hasta que vio la luz de la locomotora y escuchó la bocina. Esperó a que aquel bólido estuviese lo suficientemente cerca. Cerró sus ojos bien fuerte, puso su mente en blanco, apretó sus puños y se lanzó al vacío.
Abrió los ojos en La Clínica. Como lo había hecho tantas veces, que ya no podía recordarlas. Sin embargo, le pareció una eternidad desde la última vez que había despertado allí. Aun estaba mareada como para levantarse de la cama.
Vio dos hombres acercándose. Como era usual, sus caras permanecían a oscuras. El más alto sostenía un sobre de papel madera en su mano derecha. Una nueva misión la esperaba. Un nuevo comienzo.

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