martes, 8 de febrero de 2011

Desidia

Toda sociedad tiene un orden. Las sociedades modernas se organizan en torno a un Estado. Éste último, entre otras cosas, es el encargado de garantizar la provisión de ciertos servicios fundamentales para el desarrollo de los integrantes del mismo. Entre ellos, podemos mencionar los servicios de educación, seguridad, salud, justicia, y un largo etc.
Muchas veces nos encontramos protestando por la falta de eficiencia en la prestación de dichos servicios como si fueran algo ajeno, y no propio de cada integrante de la sociedad. No nos damos cuenta que son miembros de la misma sociedad quienes están trabajando para brindarlos, y por consiguiente tienen los mismos defectos y falencias que la sociedad que los contiene.
A mi entender, lo que en la mayoría de los casos sucede es que existe una incapacidad casi absoluta de generar un vínculo sinceramente empático con lo que nos rodea. No nos sentimos movilizados si las cosas no nos tocan de cerca. Así permanecemos inmóviles cuando se producen muertes a causa de actos delictivos producidos por (in)acción de las propias fuerzas de seguridad, cuando no se respetan las condiciones básicas de infraestructura para brindar servicios de salud y educación, cuando se “cajonean” expedientes en la justicia, etc.
De esta manera la desidia se generaliza llegando al límite de poner aspiraciones económicas individuales por sobre la vida, la educación, la salud, entre otras. Estoy de acuerdo con que los maestros y médicos, solo por poner dos ejemplos, deben recibir una retribución justa por sus servicios, que son de suma importancia para los miembros de la sociedad, sin embargo, los medios utilizados para conseguir mejoras en su situación económica deberían reverse a conciencia, ya que es claramente inconcebible que en un hospital público no se puedan realizar intervenciones quirúrgicas porque cierta parte del personal haya realizado una medida de fuerza. Se entiende que muchas veces este medio de protesta es el que puede resultar más efectivo a los fines perseguidos. Bien podría pensarse que al darse un suceso de esta naturaleza el Estado debería contar con los medios necesarios para reemplazar a los manifestantes en sus funciones, teniendo en cuenta los potenciales resultados de su ausencia (la muerte de los pacientes como caso extremo, pero no improbable); por otra parte también debemos recalcar que las posibles consecuencias de ausencia no parecen importarles a los individuos/organizaciones que toman este tipo de decisiones. En un mundo ideal esto no podría suceder, ya que nadie debería tomar este tipo de medidas para recibir la contraprestación adecuada a la importancia de sus servicios. Sin embargo, no nos encontramos en dicho mundo, y debemos afrontar las cosas como son.
No quiero que se me malinterprete, no les estoy otorgando la responsabilidad a los trabajadores del Estado. Ellos, como mencione anteriormente, no son más que una muestra de la sociedad que integran, y si dicha sociedad está enferma, es por lo menos pretencioso pretender que las cosas funcionen bien.
Lo cierto es que mientras valores como la solidaridad, la empatía, el compromiso, el respeto mutuo, etc., no proliferen, es muy difícil formar una sociedad que sea más que un simple conjunto de individualidades pugnando por sus propios intereses. Obviamente hay excepciones, pero todavía falta mucho por hacer para que dichas excepciones sean la regla. Podemos empezar haciéndonos cargo de nuestros actos.

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