sábado, 26 de noviembre de 2011

El Agua

Nunca lo vimos venir. No es que faltaran indicios. No quisimos creerlos, o simplemente no les dimos importancia. En la primera etapa las playas comenzaron a desaparecer. El mar, otrora turquesa y transparente, se volvió oscuro y turbio. Poco a poco los habitantes de las ciudades costeras migraron tierra adentro.
Un tiempo después el agua tapo dichos poblados. Los muertos se contaron por centenas, entre los pobres y los escépticos. “La culpa es del calentamiento global”, dijeron. “Estamos pagando el daño que le hicimos al planeta”.
En seguida se pusieron en marcha varios planes del gobierno para contrarrestar tan devastadores efectos. Las mentes más brillantes de la ciencia participaron de su confección. Cuando el agua cubrió Japón, y redujo a Australia a un simple islote supimos que la cosa era mucho más seria de lo que pensábamos.
No faltaron los iluminados que hablaban de predicciones, fin del mundo y llegada del juicio final. Sin embargo, hasta los más firmes espíritus se doblegaron ante el avance de lo que dimos en llamar la marea negra.
Su acometida fue implacable, tapando cada vez mayores proporciones de tierra, dejando un reguero de cuerpos a su paso, que al poco tiempo desaparecían en su espesura.
Los pocos que logramos sobrevivir nos refugiamos en las superficies más altas, con la absurda esperanza de que la negrura remitiera. Si algo hemos aprendido desde que comenzó, es que una vez desatada no va a parar hasta culminar su trabajo.
Ahora, mientras escribo estas líneas, ya es demasiado tarde. Aún desde los elevados picos nevados (si es que a esta masa cenicienta y gris se le puede decir nieve) en los que me encuentro, puedo ver la lenta pero constante invasión acuática. Según mis cálculos la marea está subiendo entre 1 y 2 metros por día. No hace falta ser un destacado matemático para saber el escaso tiempo que me queda. Estoy preparado, la espero, mis fuerzas solo menguan cuando algún cuerpo (humano o animal) aparece flotando en la superficie, aunque estas visiones son cada vez más inusuales (señal de que solo quedamos unos pocos). He visto su rostro, negro como el hollín, de mirada profunda y cansada, casi como los ojos de un padre al que se ha llevado al límite de lo que puede soportar y ha perdido la paciencia.
Nunca logramos descifrar porque vino, ni sabemos si algún día se irá. La única certeza que invade nuestros corazones es que no estaremos aquí cuando llegue el final.

1 comentario:

  1. Estremecedora mezcla de ficción y realidad, ante un tema muy candente en estos tiempos... algunos niegan este problema... otros arrojan datos alarmantes... pero el autor pudo apostar a su imaginación e ir más allá de estas especulaciones. ¿Seremos nosotros algún día los protagonistas?

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