Hace unos días comencé a cuestionarme la manera en que vivimos. Específicamente me preguntaba el por qué de tantas urgencias. Cabe aclarar que cuando digo urgencias no me estoy refiriendo al ámbito de la salud, sino a la actitud de impaciencia que tenemos los habitantes de esta ciudad (y me circunscribo a sus límites porque siempre he vivido en ella) ante las manifestaciones cotidianas de la vida.
Basta que ponga algunos simples ejemplos para que el lector pueda sentirse identificado con varios de ellos. Cuando el peatón cruza la calle con el semáforo en verde, cuando el conductor pasa un semáforo en rojo, cuando se protesta porque el transporte público demora más de dos minutos en llegar, cuando un jefe le exige a sus subordinados las cosas para ayer, es la impaciencia la que nos domina.
Este conjunto de pequeñas situaciones, sumadas a otras de mayor envergadura, es el que me lleva a pensar que la ansiedad ha tomado la ciudad por asalto. Ansiedad que se refleja claramente en ricos y pobres, gobernantes y gobernados, en los medios de comunicación, en las calles y en las oficinas, en definitiva, en todos los ámbitos en los que participamos. Hemos llegado a tal punto en que se podría afirmar que la paciencia es un bien escaso.
Hay muchos factores que influyen en la aparición de este fenómeno. El aceleramiento de la vida moderna, el acceso casi inmediato a la información a través de internet, entre otros, favorecen al destierro de la paciencia.
Podría afirmar que nos encontramos inmersos en la Era de la Inmediatez, en la cual la velocidad prima sobre la calidad (consultamos Wikipedia porque es el primer resultado que nos devuelve el buscador aún sabiendo que la información no es del todo confiable), y en la que valores que antaño eran importantes hoy han pasado a ser despreciados.
Obviamente el reinado de la ansiedad trae aparejadas nocivas consecuencias para la salud de sus súbditos. Basta con observar los aumentos de casos de stress, ataques de pánico, cansancio crónico, entre otros problemas físicos y mentales, para comprobarlo.
En definitiva, lo importante es que cada uno de nosotros hagamos el esfuerzo de reflexionar sobre nuestra manera de vivir y nos preguntemos seriamente: ¿Es ésta la vida que quiero llevar? ¿Estoy conforme con mi calidad de vida? Hay miles de variables que influyen en la respuesta que cada uno encuentre para dichos interrogantes, pero seguramente la ansiedad (propia y ajena) estará entre ellas.
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