Que inusuales son los tiempos que corren, o por lo menos eso es lo que me hacen sentir. Hace tiempo se han perdido ciertos valores fundamentales que toda sociedad debería tener en aras de ofrecer un mínimo de civilización. En un contexto de ¿salida? de una crisis mundial en el que parecieran volver los fantasmas de ajustes pasados y la moda es hacer pagar a los ciudadanos (incluso a los más desprotegidos: los jubilados) el derroche incurrido para salvar al sector financiero (grandes bancos que llegaron al límite de la quiebra por su propio accionar fraudulento y hoy gozan de mejor salud y especulan en contra de los estados que fueron a su rescate). Así nos encontramos en un país que ha acusado el golpe, pero con efectos mínimos comparado con experiencias anteriores.
Como decía al principio, creo que hemos perdido el rumbo. Se han llevado al extremo ciertas prácticas nocivas que nos deterioran socialmente minuto a minuto. La mercantilización de la salud y educación (funciones clave para garantizar un estado igualitario) encuentra en algunos sectores (entre ellos la jefatura del gobierno porteño) nuevos apoyos. El acrecentamiento de las desigualdades se empieza a notar. Las practicas clientelísticas le cierran el paso a la búsqueda de proyectos autosustentables. Ante esta situación, ¿qué hacer? Permanecemos inmóviles, impávidos, indiferentes, sin reacción aparente. ¿Por qué? Porque parece importarnos poco el otro siempre que nuestras necesidades estén cubiertas, y que no peligre nuestro estilo de vida de clase media. Porque la apatía ha llegado para quedarse, instalándose en el centro de la escena. Somos incapaces de ponernos en el lugar del otro.
Miramos para otro lado, nos hacemos los tontos, o hacemos la fácil, aportar algunos pesos (que no nos impliquen sacrificio alguno) para alguna causa noble. Olvidamos que hay proyectos muy interesantes que requieren de tiempo y esfuerzo, que la caridad tiene límites y no soluciona el problema de fondo. Ojo, no estoy en contra de este tipo de acciones solidarias, solo digo que son insuficientes.
Miramos para otro lado, nos hacemos los tontos, o hacemos la fácil, aportar algunos pesos (que no nos impliquen sacrificio alguno) para alguna causa noble. Olvidamos que hay proyectos muy interesantes que requieren de tiempo y esfuerzo, que la caridad tiene límites y no soluciona el problema de fondo. Ojo, no estoy en contra de este tipo de acciones solidarias, solo digo que son insuficientes.
Mientras todo esto nos pasa por al lado asistimos a la máxima banalización de las relaciones sociales. Estamos cada vez mas comunicados y decimos cada vez menos. La charla casual, liviana, frívola y trivial parece estar en la cresta de la ola. Preferimos pasar horas divagando sobre los dichos (o hechos) de tal o cual personaje irrelevante del espectáculo, de la moda (elemento que pretende quitar todo sentido identitario al ser humano, imponiendo criterios estéticos como si todos fuéramos parte de un rebaño, incapaces de decidir por nosotros mismos) o de otro tipo de cuestiones absurdas, en lugar de tratar otros temas, descartados muchas veces por ser considerados demasiado "serios". Hacemos preguntas de las que solo esperamos una respuesta convencional poco comprometida. Todo se reduce a cuantos pseudo amigos tengo en facebook o cuantos seguidores en twitter. Estamos todo el tiempo rodeados de gente, pero a nadie parece importarle como está el otro y el individualismo se erige como uno de las características de esta época.
Nos miramos el ombligo, somos el centro de nuestro universo. Es egoísmo, reivindicado muchas veces desde los medios masivos de comunicación, los formadores de opinión y los líderes políticos y sociales. Y aparejado a este comportamiento individualista siempre viene la soledad, que no debe entenderse en sentido literal (todos tenemos familia y/o amigos en mayor o menor medida), sino comprenderse desde el pensamiento y el lugar que cada uno ocupa en el mundo.
Por otra parte, el cambio en los valores que han regido por años la sociedad parece evidente. Es claro que el cambio en cuanto noción evolutiva es positivo, sin embargo no siempre se da de esa manera. Basta con preguntarnos cuando dejamos de considerar como un modelo de lucha y esfuerzo al trabajador y miramos con ojos admirados a gerentes de poderosas multinacionales, perfectamente funcionales a este modelo de explotación. La respuesta quizá surja en alguna parte del último cuarto del siglo XX.
A pesar de cuan negativa pueda ser la problemática expuesta en los párrafos anteriores, aún no he expuesto el punto más álgido (a mi entender) de la cuestión. Me refiero específicamente al hecho de que todo lo anteriormente expuesto está sucediendo hace un largo tiempo y nadie parece darse cuenta, o mejor dicho, a nadie parece importarle. La alienación a la que lleva la vida moderna hace que sea más fácil seguir adelante, cual bestia de carga, antes que detenerse un segundo a pensar y reflexionar sobre lo que nos pasa. Cada vez es más común escuchar la repetición constante del discurso dominante que, bombardeado desde distintos sectores de poder, parece haberse instalado en la mente y el espíritu de la sociedad moderna. Situación posibilitada en parte por comodidad, ya que desarrollar el pensamiento crítico, valerse de distintas fuentes de información y sacar conclusiones que sean propias, requiere un esfuerzo mayor que repetir formulas gastadas que ingresaron en nuestro ser luego de años de exposición a las mismas. Así se pierde la riqueza del debate e intercambio de ideas, ya que las posiciones tomadas carecen, en la mayoría de los casos, de argumentación sólida; y el pensar distinto vuelve a ser repudiado, condenando a sus portadores al ostracismo social.
Quizá no sea el expuesto un diagnóstico muy feliz y probablemente tampoco sea muy preciso. No es esa la intención. La idea es expresar un puñado de ideas que tenía la necesidad de hacer públicas. No tengo recomendaciones; sería, como mínimo, poco inteligente pensar que estoy por encima de todos estos problemas cuando soy parte de esta sociedad. Muy por el contrario, estoy embebido en ellos. Sin embargo, creo firmemente que a partir de la toma de conciencia muchas cosas podrían cambiar. Solo es cuestión de tener ganas y voluntad para emprender el camino de la metamorfosis, que no suele ser el más fácil pero si el que más satisfacciones genera.
¿Estarían dispuestos a recorrerlo?
Coincido ompletamente con tu enfoque, que lejos de ser pesimista, se ajusta al espíritu de época de nuestra sociedad, que muy bien resumiste en dos conceptos claves: indiferencia y facilismo. Las dos caras de una realidad que lamentablemente nos atraviesa en lo micro y en lo macro de nuestras existencias, y de la cual, mal que nos pese, somos parte integral tan sólo por dar nuestro silencioso consentimiento. Me parece que hacer un análisis y crítica de esta coyuntura, vale decir teniendo en cuenta los diferentes aspectos que mencionaste, es un primer paso para iniciar ese proceso de metamorfosis que proponés (que debe solucionar los problemas de trasfondo, más allá de suministrar alicientes temporales). Es un proyecto al cual cuantos más nos sumemos, compartiendo impresiones, poniendo nuestras energías y básicamente realizando intentos incansables, tendrá más vislumbre de convertirse en una nueva y completamente diferente realidad.
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